Una triste sorpresa fue encontrarme hoy, de pronto y sin esperar nada por el estilo, con la noticia de la muerte de un hombre. Un hombre en toda la extensión de la palabra, un hombre bueno, un hombre de una pureza y una sencillez como ya van quedando muy pocos. Juan Rafael era un ser inquieto, curioso, era fácil encontrarlo en cualquier campo de fútbol de cualquier recóndito rincón de la isla cubriendo, cámara en ristre, un partidillo de alevines o de juveniles, o bien te lo podías encontrar congelando con su objetivo, hambriento de esa foto oportuna y perseguida, una alegre romería en cualquiera de los más fiesteros pueblos de nuestra geografía insular, o retratando el amargo desembarco de una patera o un cayuco repleto de negra esperanza. Le faltaban horas al día o le sobraba energía a este hombre, siempre con ganas de saber algo nuevo, de investigar, de conocer. La verdad es que resultaba un placer escucharle y aprender tantas cosas de su parlamento (sin él tener la conciencia de que te estaba aportando alguna clase magistral, la vida misma). Juan Rafael era un luchador, y su principal causa fue siempre su familia. Su mujer y sus hijas eran las joyas de su corona. Juan Rafael era una persona tremendamente normal, y en esa normalidad radicaba su grandeza. Un ser afable, cordial, en definitiva un hombre digno, honesto y bueno, que al fin y al cabo es lo mejor que se puede decir de alguien.Desde esta tierra injusta y llena de contradicciones, donde quiera que estés, descansa en paz, tú te lo mereces.
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